una vida de luces y sombras
LA HABANA, Cuba. — Ha muerto José Luis Cortés, “El Tosco”, y los cubanos, siempre prestos a no entendernos, estamos divididos por las luces y sombras del difunto.
Unos recuerdan que “El Tosco” era un excelente flautista y que al frente de su grupo, NG La Banda —fundado a finales de los años ochenta—, fue uno de los creadores de la timba. Como compositor algunos le atribuyen tanta importancia como a los también ya fallecidos Juan Formell y Adalberto Álvarez.
Dicen, además, que José Luis Cortés ayudó a muchos músicos. No fue este el caso de La Diosa, cantante de su grupo a quien maltrató, vejó y aplastó cuando esta se negó a seguir tolerando sus abusos. De eso hablan también quienes no perdonan a “El Tosco” de haber sido un machista abusador y misógino a prueba de escándalo y chancletazos.
“El Tosco” nunca perdió oportunidad de mostrar su agradecimiento a Fidel Castro, como si el Máximo Líder le hubiese enseñado a tocar la flauta. Tanto lo amaba, tanta era su adoración, que se fue a Santiago de Cuba, al Cementerio de Santa Ifigenia, a pararse frente al Peñasco funerario del Comandante. Allí le dedicó un larguísimo solo de flauta que espanto a aves, cucarachas y lagartos a varios kilómetros alrededor del camposanto.
Reconozco la calidad de “El Tosco” como músico, pero no disfruto nada su música, ni siquiera cuando intentaba hacer algo parecido al jazz, pero que sonaba irremediablemente como timba. Y es que no me gusta la timba: demasiado rápida para bailar. Imagine usted, en mi caso, con lo mal bailador que soy. Jamás, ni curda, logre moverme y despelotarme con la timba de “El Tosco”, como aquello del mambo chambo y la bruja sin sentimiento. Cosa que en cambio, si consiguieron Los Van Van y Adalberto Álvarez con aquello de “Voy a pedir para ti lo mismo que tú para mí”.
La timba que se oía en los noventa me trae malos recuerdos, tan malos como los que me traerá el reguetón. La timba fue el soundtrack de los peores tiempos de una dictadura que no se resigna a terminar de una puñetera vez. Y “El Tosco”, con su partitura y su percha extravagante, fue uno de los paradigmas de la timba y de todo lo que de ella cuelga y se arrastra. Por eso, ahora que se enumeran sus méritos, no puedo sumarme al coro de dolientes. Lo más que puedo hacer es reconocer que era buen músico. Que Dios se ocupe de lo demás.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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